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9.11.2013

LA ELECCION DE LOS MONOS











Las columnas que escribí hasta ahora pueden categorizarse de la siguiente manera: 


1] optimistas, 
2] pesimistas, 
3] absolutamente pesimistas, con augurios de tragedia, y 
4] esas que ni yo sé bien de qué hablan. 

Desde que instalaron medidores en la versión online de Perfil, noté una tendencia que confirmé recién, fijándome caso por caso. La mayoría de columnas pesimistas se corresponde con una mayoría de comentarios en Twitter. 

A las pocas instancias optimistas les fue mucho peor en Twitter y mucho mejor en Facebook, y a las más resignadas [3] no las quiere nadie, tienen todavía menos repercusión que las que no se entienden [4], aun cuando el número de lectores sea mucho mayor. No parece haber otro parámetro; no importa si son más aburridas o presentan ideas más interesantes. Lo que importa es si terminan bien o terminan mal.

No es novedad que todo el mundo –me incluyo– prefiere ver y compartir cosas que terminan bien. Me gusta El hombre elefante, pero no la recomiendo todo el tiempo, algo que sí puedo hacer, digamos, con Ferris Bueller. 

Más interesante es lo de Twitter vs. Facebook, porque parece reflejar la distinción universal entre mainstream y arthouse. Las tragedias son impopulares, la mayoría quiere que las historias terminen bien, y una minoría educada prefiere que terminen más o menos.

En 1956, el psicólogo estadounidense Jack Brehm recibió muchos regalos de casamiento y se los llevó todos a su oficina. Convocó a unas cuantas amas de casa y las sometió a un experimento que estableció las bases de lo que hoy se conoce como “paradigma de libre elección.” Brehm fue intuitivo y poco serio, pero medio siglo después sus conclusiones son universalmente aceptadas: nuestras elecciones modifican nuestras preferencias. 

Una vez que elegimos irnos de vacaciones a Tailandia, nos resulta más tentador que Brasil; el acto de elegir la cafetera hace que la cafetera nos guste más que la aspiradora. Lo cual no quiere decir que las preferencias no existan -por algo elegimos la cafetera-. Pero después de haberla elegido la preferimos más que antes.

Viendo si por ese lado entendía mejor la relación intangible que tengo con los lectores de esta columna, llegué al trabajo de Laurie Santos, que tiene un Laboratorio lleno de Monos en la Universidad de Yale. A los Monos les gustan los chocolates M&M y –en un momento de iluminación casual– la doctora Santos notó que no les importa de qué color sean. Les da lo mismo el color, son Monos. Salvo que los obligues a elegir entre un color y otro. 


Laurie Santos

El mismo Mono que antes comía cualquier M&M es forzado a elegir entre uno amarillo y uno azul. Si elige el azul, después prefiere el azul y descarta el amarillo. Distintos Experimentos, repetidos con un montón de Monos, demuestran que valoran más lo que ya eligieron: hacen lo mismo que las personas. 

O, mejor dicho -aunque suene peor-, nosotros hacemos lo mismo que ellos, por los mismos motivos, que –como suele pasar con los comportamientos derivados de un rasgo evolutivo– son interpretables.

Que esta tendencia exista no implica que determine nuestro comportamiento social, porque hay muchas otras variables, la razón entre ellas. Está de moda extrapolar darwinismo para explicarlo todo; prefiero evitar esa tentación. Pero me interesó una variante en el trabajo de Santos: si los Monos creen haber elegido el M&M azul, lo prefieren después de todos modos. Santos los engaña, les da el azul haciéndoles creer que eligen, cuando en realidad no tenían otra opción. Los Monos le creen, y después defienden el azul. 

No iba a hablar de esto, pero no pude evitar identificarme con el Mono: sospecho que si en esta elección la lista más opositora lleva de segundo diputado a un ministro kirchnerista, está pasando algo raro que merece ser investigado -no por mí-. Y que tal vez, a veces, elegir no sea la mejor manera de entender lo que uno quiere.


Diseño|Arte|Diagramación: Pachakamakin

4.22.2013

GESTOS, MENTIRAS Y VIDEO


Por Segio Rulicki
Sus Artículos en ADN CreadoreS






La observación de los gestos, las posturas y las cualidades de la voz constituyen una herramienta que ayuda a discernir cuánto hay de realidad, y cuánto de engaño, en las apariciones televisivas de Leonardo Fariña.

El prestigioso detective norteamericano Stan B. Walters dice que analizar un minuto de video de los interrogatorios a los sospechosos de un crimen lleva un mínimo de dos horas, ya que es necesario repasar numerosas veces los mismos fragmentos debido a la enorme cantidad de mensajes –verbales y no verbales– que contienen, y debe hacerse en forma interrelacionada, y sobre ellos generarse todas las hipótesis.
Aun sin haber llegado a tal grado de exhaustividad, la actuación de Fariña en la entrevista con Jorge Rial contiene numerosos comportamientos verbales y no verbales que, desde la perspectiva de las técnicas aplicadas en Estados Unidos, serían considerados como indicios de engaño.


Los mentirosos suelen preparar muy bien su línea argumental, ya que dependen de ella como coartada, pero, debido a que esta es inventada, deben hacer mayores esfuerzos que las personas sinceras para mantener el hilo de su argumentación. En este sentido, resulta notable la cantidad de veces en las cuales Fariña pregunta: 

-¿Sí?- al final de cada frase. 
Este acto se interpreta como una búsqueda inconsciente de apoyo y reafirmación externa, debido a las sensaciones de inseguridad que provocan las propias dudas o, en este caso, la posible falta de veracidad de los enunciados. En un momento de su explicación, Fariña se detiene. Ha perdido el hilo de su discurso, se echa para atrás, abre los brazos y se pregunta a sí mismo: 
-¿Entonces qué pasa?
E inmediatamente retoma su línea argumental. Este joven utiliza estrategias verbales que son típicas de quienes intentan ocultar o tergiversar los hechos de manera deliberada. En los discursos engañosos, los mentirosos suelen indignarse fácilmente, contraatacan con ferocidad y ponen en duda la credibilidad y las intenciones de los investigadores. En el caso Fariña, esta actitud se corresponde con la acusación de “golpista” que le hace a Lanata, y la acusación genérica de que se trata de una operación contra el Gobierno y que todo el asunto radica en la defensa de los intereses espurios de “la corporación”.

La otra estrategia verbal sospechosa es la “auto-victimización”. Fariña relata enfáticamente que desde hace años sufre la persecución de la prensa, que le ha causado daños “de reputación y buen nombre”. Es aquí donde aparece el primer indicio no verbal importante, una fugaz sonrisa unilateral que él realiza al final de su discurso. Se trata de un “desliz microgestual” inconsciente que dura sólo una fracción de segundo. Este tipo de sonrisa manifiesta la emoción de orgullo narcisista, que en el contexto analizado es congruente con las sensaciones de placer por el engaño, y puede considerarse como la autodelación de un comportamiento falaz.

Mirada fija. El acto de mentir pone en juego emociones cuya intensidad puede superar la capacidad del mentiroso por inhibir o enmascarar su manifestación gestual. De esta forma, las mentiras son delatadas por la interferencia de expresiones inconscientes debidas a tres reacciones emocionales ante las propias mentiras: el placer por el engaño, el temor a ser descubierto y a sus consecuencias y la culpa o vergüenza por mentir.

Siguiendo al doctor Paul Ekman, principal autoridad mundial en estos temas, quienes padecen del trastorno narcisista de la personalidad, u otra psicopatía antisocial, son ególatras que carecen de sensaciones de vergüenza y culpa, y esto les permite mentir en forma habitual y con gran efectividad; al no sentir remordimientos, tampoco dan señales de recelo por ser detectados. Tanto los narcisistas patológicos como las personas “normales” con mayor habilidad para mentir, confían en su capacidad para engañar porque han practicado la mentira y han descubierto formas eficientes de llevarla a cabo. Sin embargo, Ekman considera que aun a éstos puede traicionarlos su comportamiento no-verbal.

Pestañeos. Es curiosa la bajísima frecuencia en el pestañeo de Fariña, lo que se considera señal de inusitada atención, intención persuasiva, temor, o el efecto de algún medicamento o fármaco. Es evidente que la situación reclamaba toda la atención que él fuera capaz de dispensarle, y no caben dudas de que intentaba ser persuasivo.

Los estudios señalan que una mirada sostenida sobre la del interlocutor es una de las estrategias preferidas de los mentirosos porque saben que juega a su favor ese falso criterio que reza: 

-Si alguien te mira a los ojos y es capaz de sostenerte la mirada mientras te habla, te está diciendo la verdad. 
También parece lógica la hipótesis de que la baja frecuencia de su pestañeo pueda deberse al temor, en este caso, temor a ser descubierto o a represalias. Resulta por lo menos curioso que el mismo rasgo de falta de pestañeo también se advierte en Federico Elaskar en la entrevista con Jorge Lanata.

Hostilidad y asco. La comunicación no verbal inconsciente de Fariña en lo de Rial revela un dato interesante sobre el tipo de relación que lo vincula con Elaskar; es donde más sincero se manifiesta. Fariña lo acusa de mentiroso y ladrón, pero inmediatamente declara que es su visión personal, ya que se siente dolorido por el trato recibido. El argumento que destaca es que Elaskar declaró que apenas lo conocía, mientras que él dice que llegó a vivir en casa de éste por tres semanas. En ese momento realiza inconscientemente un ilustrador de precisión que consiste en unir las yemas de los dedos pulgar e índice formando un círculo, mientras el resto de los dedos ilustra el número tres. Aunque no hayan sido tres semanas, sino tres meses, o tres días, los indicios no verbales señalan que la convivencia existió, y que por lo tanto la relación era íntima. Este grado de estrecha amistad parece corroborarse por las filtraciones emocionales inconscientes en el rostro de Fariña.

Cuando habla de Elaskar, produce gestos de asco y hostilidad que consisten en el fruncimiento de la piel del puente de la nariz y la exhibición de un colmillo a través de la elevación del labio superior a la altura de ese diente. Son las señales del asco, dice el doctor Ekman, las que indican que una persona ha llegado al nivel de odio en el cual puede actuar respecto de otro como si este fuera una cosa, e intentar destruirlo. En el mismo sentido, podemos ver que Elaskar sonríe sardónicamente cuando acusa a Fariña de ser el responsable del “faltante” en los resultados de las transacciones financieras que manejaban juntos.

Colorido vocal. El comportamiento verbal y no verbal de Fariña ofrece numerosos indicios que permiten discernir cuál de las versiones que ha relatado –ante Lanata y ante Rial– es cierta. Sobre este punto debemos comenzar con la descripción de dos delatores paralingüísticos. Cuando Rial le sugiere a Fariña que Lanata le había ofrecido protección del Grupo Clarín a cambio de participar de una falsa cámara oculta, su respuesta fue: 

-Claro. 
Lo que debe notarse en este caso es que él pronuncia esta palabra con un volumen de voz más bajo y un tono más agudo que los utilizados hasta ese momento. Esto es interpretado en el contexto de las técnicas de interrogatorio no verbal que se utilizan en Estados Unidos como señal de mentira, o por lo menos de duda sobre lo que se acaba de afirmar. Otro indicio en el mismo sentido que refuerza esta interpretación es que, ante la sugerencia de Rial de que Fariña lo había hecho “entrar” a Lanata al engañarlo con un relato ficticio, preparado a propósito de una cámara oculta que en realidad no lo era, Fariña responde con un hilo de voz: 
-Obvio.
La voz humana comunica una amplia gama de informaciones en muchos niveles y tienen características que no pueden ser consideradas verbales en su naturaleza, ya que no dependen de las palabras vocalizadas sino de las emociones o intenciones del emisor. Cuando Fariña declara que había preparado una puesta en escena para engañar a Lanata, el tono más grave y el volumen más alto de su voz demuestran ira, una emoción que no es congruente con el deleite por embaucar, sino con el haber sido embaucado. Esta ira vuelve a manifestarse más abiertamente en la autodelación más clara de todas, cuando él dice de Lanata: 
-Para él, yo era un buen pibe (…) pero, por las dudas, te cago y te filmo. 
Esta declaración constituye una confesión de que no sabía que lo habían filmado, de otro modo, ¿cómo pudo haberlo “cagado” Lanata?

Un detalle que puede resultar importante es que, durante las dos cámaras ocultas, Fariña nunca desvía la mirada de su interlocutor. Si hubiera sospechado que lo estaban grabando, o si lo hubiera sabido en función de un acuerdo previo, sería lógico suponer que hubiera recorrido el espacio con su mirada en busca de esa cámara y hubiese mirado hacia ella en algún momento. Pero él se muestra confiado de sí mismo, habla con espontaneidad y no produce signos específicos que desde la perspectiva de la comunicación no verbal puedan tomarse como indicios de estar inventando.


En los segmentos emitidos en la primera entrevista con cámara oculta, Fariña realiza un gesto que resulta interesante como testimonio de su inmensa ambición. 
Cuando dice: 
-Yo gasto hasta donde puedo- 
Produce al mismo tiempo un acto no verbal inconsciente: repiquetea con un dedo contra el asa de una taza. El tamborilleo de los dedos es típico de la impaciencia, pero el hecho de que haya usado el dedo medio –el que se usa en el gesto de “fuck you”– muestra que su impaciencia por volverse rico tiene un alto componente de agresividad y da la impresión de que se impuso a sí mismo alcanzar una vida de millonario de manera vertiginosa y expeditiva, y que ha estado dispuesto a correr los riegos que esa decisión implica.



Diseño & Diagramación: Pachakamakin

2.05.2013

SCIOLI, EL "PRESIDENCIABLE", Y EL ARTE DE RESPONDER SIN DEFINIR [UN ANALISIS DE SU DISCURSO]

Por Eliseo Verón




Lo que sigue ya lo he relatado en alguno de mis libros, pero me permito recordarlo aquí de manera sintética, porque tiene que ver con el tema de esta nota y resurgió instantáneamente en mi memoria cuando me puse a escribirla. París, Mayo de 1981. Asisto a reuniones en la sede del Partido Socialista, donde se discute con qué estrategia el candidato François Mitterrand deberá enfrentar a su adversario Valéry Giscard d’Estaing (presidente en ejercicio que busca su reelección) en el debate cara a cara que tendrá lugar antes de la segunda vuelta de la elección presidencial. Algunos de los participantes en esas reuniones hemos estado visionando, una y otra vez, la grabación del debate de 1974 entre los mismos dos candidatos, debate del que Giscard había resultado claro ganador, según los medios y la opinión pública de aquel entonces. La táctica giscardiana consistente en hacer preguntas-trampa, destinadas a mostrar que su adversario es incapaz de responderlas, había funcionado, en 1974, a la perfección: Mitterrand había buscado ingenuamente, cada vez, una respuesta. 

Principio básico para el inminente debate de 1981: Mitterrand no deberá, bajo ningún concepto, responder las preguntas que le haga Giscard.

Después, se puede discutir cómo tiene que reaccionar en cada caso (por ejemplo, poniendo en duda la legitimidad de su adversario para hacer la pregunta). Esa regla táctica fue sin duda una de las que salvaron a Mitterrand durante aquel debate de 1981; hizo posible el memorable “¡Yo no soy su alumno!”, ante una pregunta “pedagógica” de Giscard. En fin, la historia termina bien: Mitterrand fue 14 años presidente de Francia.

Me disculpo por ese feedback y vuelvo al aquí y ahora de nuestro país. Daniel Scioli tiene precisamente la reputación de no contestar las preguntas directas que se le hacen en público. ¿Cómo reacciona entonces Scioli ante una pregunta directa? ¿Se hace el sordo, mira para otro lado, se escabulle con algún comentario general sobre otro tema? Intentemos fijar, antes que nada y sin ninguna pretensión de exhaustividad, algunos hechos de discurso: se puede hacer muchas cosas con una pregunta directa. Vaya un ejemplo reciente: entrevista radial del de Enero de este año.
Periodista: ¿Usted es kirchnerista?
Scioli: Yo soy peronista, lo he dicho siempre. El peronismo es dinámico, con ciclos, corrientes.
La respuesta de Scioli tiene muchos implícitos pero son implícitos perfectamente normales desde el punto de vista de la semántica de la lengua. Los resumo así: 
Mi identidad política se define en un nivel más abstracto que el nivel en que se ubica su pregunta. La clase ‘los peronistas’ tiene subclases históricas: ‘los kirchneristas’, ‘los menemistas’, ‘los disidentes’, etc. Yo no me identifico con corrientes ni con ciclos (sobreentendido: ‘peronista’ es una categoría más estable, de más largo plazo). En este caso, la condición para producir el efecto buscado de cambio de nivel era, sin ninguna duda, no contestar ni sí ni no a la pregunta tal como había sido formulada.
Junio de 2012. La pregunta directa fue si se veía candidato presidencial en 2015. 
Scioli: “Soy un humilde trabajador de la política que hoy tiene la gran responsabilidad de gobernar Buenos Aires. No voy a cometer el error de hablar de aspiraciones futuras, cuando la gente me reeligió hace cinco meses”. Clarísimo: la pregunta está fuera de lugar y sería un error tratar de contestarla.
Enero de 2013. El siguiente intercambio merece una atención particular.
Periodista: ¿Cómo se lleva con Alicia Kirchner?
Scioli: Muy bien, siempre tuvimos mucho respeto.
Periodista: ¿Es una buena candidata para la provincia de Buenos Aires en 2013?
Scioli: Ella hace un trabajo silencioso, eficaz, sobrio, y tiene una gran experiencia. Con la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección, de las listas.
Periodista: ¿Por qué evade las respuestas?
Scioli: Te estoy contestando todo (…) decime qué pregunta me hiciste que yo no te respondí, decime una.
Periodista: La última, por ejemplo, ¿Alicia es una buena candidata para la provincia?
Scioli: Si todavía la Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre eso. Yo te estoy hablando de los atributos de Alicia.
Periodista: ¿Tiene atributos para ser candidata?
Scioli: Te estoy diciendo cosas más importantes de Alicia que la simplicidad de una candidatura.
La metodología de Scioli no parece consistir simplemente en evitar responder las preguntas directas; lo que hace de manera sistemática es evaluar la pregunta –en la mayoría de los casos de manera implícita– calificándola: como prematura, como fuera de lugar, como planteada en un nivel que no corresponde, como necesitando una reformulación, etc. Práctica que puede considerarse totalmente normal en un responsable político de primera línea.

Pero claro, a lo largo de sus múltiples intervenciones, Scioli está haciendo también otra cosa: está construyendo un espacio-tiempo político propio, un ámbito que él busca definir como estable: peronista siempre. Ese ámbito trasciende los incidentes menores de la coyuntura, asociados por lo general a motivaciones y ambiciones personales:
“Yo no tomo decisiones a nivel personal." 
En ese espacio-tiempo, Daniel Scioli tiene sus reglas de conducta. Está focalizado en el presente de su trabajo y sus responsabilidades. 
“Tengo la energía puesta en la gestión, no en cuestiones electorales” 
No confronta. 
“La pelea entre los dirigentes no le soluciona los problemas a la gente. Yo hablo con quien tengo que hablar y no confronto”
“Yo este año no necesité andar peleándome, confrontando, comentando declaraciones de otros; yo me peleo con los que me tengo que pelear, con las organizaciones del narcotráfico, con las injusticias”
No opina sobre temas respecto de los cuales los responsables directamente involucrados no han tomado las decisiones que corresponde. 
“Si todavía la Presidenta o ella no lo han definido, cómo voy a planificar sobre eso”
No sigue los múltiples rumores que circulan sobre los aspectos más diversos de la situación política ni tampoco las declaraciones de tal o cual funcionario. 
“No puedo andar corriendo detrás de los rumores o haciéndome eco de cada especulación electoral. Soy respetuoso de la democracia, de las opiniones de todos, así que hago mi trabajo y punto”
Y cuando hay un problema de fondo, habla directamente con Cristina: así de simple.

Veamos dos ejemplos referidos directamente a Cristina. Entrevista en el programa El oro y el moro, conducido por Eduardo Feinmann:
Feinmann: ¿Le gustaría que ella sea candidata a presidente?
Scioli: Yo lo dije en el día de ayer cuando me lo han preguntado que, a partir de la facultad constitucional, a partir del trabajo que está haciendo, hay un gran consenso y respaldo para que pueda continuar al frente del Gobierno Nacional. Obviamente, son decisiones que forman parte de su reflexión, de su análisis, de su decisión.
Scioli da una respuesta institucional ignorando la dimensión subjetiva del “le gustaría” (recordar la frase ya citada: “Yo no tomo decisiones a nivel personal”).
Pregunta: supuesto malestar de la Casa Rosada ante su reticencia a apoyar la reelección de Cristina. Rotundo “no” de Scioli.
Scioli: “Nunca escuché eso, jamás. Todo lo contrario. Cuando pasan estas cosas, hablo con ella. Yo, cuando hay algo de esto, lo que hago es hablar con la Presidenta. Yo no soy ni obsecuente, ni ando todo el tiempo diciendo necesito que me digas qué querés”.
En este dispositivo, la relación directa con Cristina es un elemento central. El efecto es que la Presidenta aparece siempre involucrada en las propias decisiones del gobernador. 
“Con la Presidenta, cuando llegue el momento, hablaremos de la elección…”; 
“Hablé con la Presidenta y vamos a trabajar codo a codo con el Gobierno nacional”; 
“Yo me guío por lo que hablo con la Presidenta, no puedo andar guiándome por lo que dicen otros funcionarios”. 
Enero de 2011: la pregunta directa fue si estaba al tanto del rumor de su candidatura, en el caso de que Cristina Kirchner no se presentara para pelear por su reelección. 
Scioli: “Sí, pero estoy haciendo mi trabajo como gobernador, y ésta es la realidad. Después vendrán los tiempos electorales. Yo formo parte, como lo he dicho en varias oportunidades, de un equipo de trabajo, de un trabajo que estamos llevando adelante con la Presidenta…”. 
A propósito de Mariotto: 
“… él está yendo a distintos municipios con una gran disposición a ayudarme, de honrar esta confianza que hemos depositado en él con la Presidenta para llevar adelante esta responsabilidad institucional”. 
Una Pregunta directa: ¿“A usted le molesta esa candidatura [la de Martín Sabbatella]?
Scioli: “Repito: creo en mi trabajo y confío en la gente. La gente puede tener la tranquilidad de que Cristina y Scioli, ese equipo que viene desde 2003 hasta ahora, tienen la posibilidad de seguir adelante”. 
La metáfora conyugal es explícita: “Tengo diferencias con Cristina y me llevo bárbaro; tengo diferencias con Karina [su esposa] y hace treinta años que la conozco”. 

Más allá de la metáfora, un principio: las diferencias son una dimensión natural del vínculo entre las personas que trabajan en un mismo proyecto político. ¿Y el vínculo con la oposición? Véase su comentario con motivo de una reunión pública mantenida con Mauricio Macri: 
“Uno puede estar en un proyecto político, pero hay un tema de interés de la gente y es mi forma de trabajar: hablar con las personas que tienen representatividad institucional para encarar soluciones en conjunto de temas como la basura”.
Si consideramos globalmente los elementos de esta configuración discursiva, no cabe duda de que el perfil público que está construyendo Daniel Scioli es, en sentido estricto, excepcional, único: ningún otro funcionario del Gobierno tiene semejante posicionamiento. Evaluar su eficacia con respecto a qué objetivos es otra historia. Claro que nada impide especular al respecto, con los consiguientes riesgos.

La distinción, comentada más arriba, entre un espacio-tiempo político estable y trascendente por un lado, y el flujo de los incidentes cotidianos de la coyuntura por otro lado, es una disociación fuerte y resulta extremadamente útil: le otorga a este dispositivo de Scioli una capacidad de absorción de los ataques casi infinita, una suerte de inmunidad que es sin duda el factor más irritante para el kirchnerismo. 
"De aquí nadie me mueve es, en cierto modo, el mensaje de Scioli; sacarme del camino exigirá un cuestionamiento directo, explícito y global, que sólo será legítimo si viene directamente de la propia Presidenta." 
Que sea global, es decir que cuestione esa posición genérica del eterno peronista imperturbable, es un aspecto decisivo: las críticas sobre tal o cual problema particular, por duras que parezcan y aunque vengan de la propia Presidenta, son absorbidas como parte de las “diferencias” que existen siempre entre los que llevan adelante un proyecto político común. En el panorama actual del oficialismo no se ve, por el momento al menos, ningún factor que pueda inducir a la Presidenta a considerar necesario (o conveniente) semejante enfrentamiento.

En términos de una eventual candidatura presidencial, el dispositivo que estamos comentando no deja de plantear algunos problemas serios. Si como mecanismo de posicionamiento frente a las múltiples internas del oficialismo ha resultado hasta ahora notablemente eficaz, no tiene en cambio ningún atractivo en el contexto de una elección presidencial.

La percepción negativa de la Táctica de Scioli ya existe, dentro y fuera del kirchnerismo, y puede fácilmente amplificarse: oportunista, está siempre con el oficialismo, antes fue menemista y ahora es cristinista, se traga todos los sapos, etcétera. Y aun en el caso de una lectura no necesariamente negativa de esa Táctica (como es mi caso), hay una gran distancia entre ese dispositivo de esponja, que absorbe desplazando sobre el otro la decisión de una ruptura, y el perfil de un candidato presidencial.

Se me dirá que en la Argentina todo es posible. Concedido. Es verdad que Cristina nunca ha desmentido la existencia de esas conversaciones con Scioli. Vaya uno a saber. Tal vez baste que, llegado el momento, Scioli hable con la Presidenta para que el tema de la candidatura de 2015 quede definitivamente resuelto...


Diseño & Diagramación: Pachakamakin

11.18.2012

REFLEXIONES SOBRE EL 8N

Por Juan José Oppizzi
Sus Artículos en ADN CreadoreS




Deliberadamente repito esa nomenclatura, 8N, con que se ha popularizado la manifestación opositora al gobierno de Cristina Fernández del 8 de Noviembre de 2012, aunque lo primero que salta a los ojos es la idéntica modalidad de sintaxis adoptada para nombrar a aquel 11S, el día en que sucedió el controvertido caos de las torres gemelas y del Pentágono, llamado por el gobierno de Estados Unidos “atentado”. Este 8N fue, obviamente, sin sangre (o, al menos, con pocas gotas, vertidas por las caras de algunos periodistas agredidos), pero en esencia tan sospechoso como aquel conjunto yanqui de hechos. 

No voy a molestarme en analizar otro aspecto de la multitudinaria marcha: su organización a cargo de la empresa multimedios Clarín, con la ayuda de sectores de la derecha, como Francisco De Narváez, Mauricio Macri, el neonazi Alejandro Biondini y el ex mandamás de la SIDE de Menem, Juan Bautista Yofre. Sí podría comenzar señalando un hecho inédito en la historia argentina: que una manifestación opositora a un gobierno haya contado con el micrófono del canal estatal abierto a sus declaraciones. Eso ocurrió, y quienes quisieron pudieron arrimarse a decir lo que pensaban con absoluta libertad. La periodista Cynthia García, de la Televisión Pública, haciendo gala del ejercicio pleno de lo que es el verdadero periodismo, entabló un diálogo con la gente que golpeaba cacerolas, que gritaba consignas y que exhibía carteles. La diversidad de estos dos últimos instrumentos de expresión (las consignas y los carteles) hablaba de una mixtura no muy clara de propósitos o, más bien, de una falta de unidad argumental quizá estimulada por los armadores del acto. 

Esa variedad sirvió para que los medios regenteados por Clarín pudieran seleccionar lo que mejor les convino a la hora de hacer un balance ideal. Alguien que sólo hubiera visto la parte de los testimonios recortados por los voceros del poderoso multimedio, podría convencerse de que el conjunto de ciudadanos que anduvieron por la Plaza de la República, en Buenos Aires, coreaba los mejores, más prudentes, más lógicos y más constructivos lemas del orbe. Sin embargo, el panorama completo resultó bastante poco amable; no menos de seis periodistas de diferentes canales, publicaciones y agencias informativas (incluido uno del propio Clarín) fueron insultados, golpeados y perseguidos. Muchas consignas chillaban agravios, imágenes homicidas y alusiones macabras para con varios integrantes del gobierno, en especial la Presidenta Cristina Fernández. Y lo que más me llamó la atención fue el contenido de los diálogos con Cynthia García de numerosos asistentes a la manifestación; ella preguntaba y repreguntaba para buscar los fundamentos de cada concepto vertido a micrófono libre. 

En incontables oportunidades quedó al descubierto la falta de razones valederas, de información elemental, y la sobra de odio. Los argumentos predominantes eran la imposibilidad de comprar dólares y una feroz condena a la Asignación Universal por Hijo; todo eso en el marco de una supuesta asfixia dictatorial, en la que la ausencia de libertad era coreada por la mayoría. El interesantísimo trabajo de Cynthia García fue volviéndosele cada vez más difícil; en cámaras era ostensible cómo se la insultaba, se la manoseaba, se hacía ruido y se gritaba a fin de perturbar el libre desarrollo del diálogo que ella tenía con los asistentes a quienes se les ponía micrófono. Al final, la situación de patoterismo fue insostenible y la periodista buscó refugio en el móvil de la emisora, en donde continuó siendo hostilizada. Fue insólito que al día siguiente Beatriz Sarlo (¿Qué le pasa a esa mujer?) dijera que la labor de García había sido como la de una maestra tomando examen. De eso se trataba, precisamente: del libre examen de una situación. Si los asistentes a una marcha en contra de un gobierno no saben cuáles son los fundamentos de su protesta, si, cuando se les repregunta, no tienen argumentos para apoyar su posición, entonces debemos pensar –como piensan muchos, yo incluido– que gran parte de los que fueron a la Plaza de la República –y a cientos de otros lugares del país– se limitaron a gritar el libreto machacado en los últimos años por los medios del grupo Clarín. Abona esta tesis un amplio material documental, que muestra claramente cómo las consignas enunciadas a diario por la televisión propiedad del señor Magneto afloraron de manera casi textual en las bocas que protestaban. 

No quiero pasar por alto la validez de muchísimas otras voces en la marcha del 8N, reclamantes por la inseguridad, por la inflación y por diversos problemas que son reales y que generan una motivación innegable. Lo que lamento es que las buenas intenciones de estos ciudadanos sean empañadas por las especulaciones de sectores ajenos a esa finalidad, y que no haya una línea divisoria que los separe, un repudio que aísle la petición garantizada por las normas constitucionales de las arteras maniobras conspirativas. 


Otro aspecto a señalar es la ausencia pública de las entidades organizadoras del acto. Eso respondió, obviamente, al propósito de mostrar el hecho como una cosa apolítica. En las redes sociales abundaba el misterio, la recomendación de “transmitir con copia oculta”, la supuesta existencia de una “autoconvocatoria” (aunque dos meses antes los “autoconvocados” revelaran “profundos debates”, sin decir en qué círculo íntimo, para elegir el lugar central de la marcha). Pero el anonimato es de doble filo: su impunidad cobarde no contribuye a su propio fin; al no poder concretarse en un factor a la luz del día, no puede afirmarse como alternativa real para la sociedad, por más que se junten miles o millones de personas en todas las plazas de la Argentina. 


Y ése es el aspecto más peligroso que tuvo el movimiento del 8N: su marginalidad conceptual. “Que se vayan todos”, “que renuncie el gobierno”, “no la queremos (a Cristina Fernández)”, son generalidades que no tienen perspectiva ni coherencia, al menos dentro de lo que fija la Constitución Nacional sobre las herramientas populares. Únicamente fuera de ese marco, en el ámbito de la simplificación, en el delirio fascista de una minoría resentida por el paso de la historia, encuentran espacio los gritos de los energúmenos que se hicieron eco de aquella barbaridad emitida por el hijo de Jorge Porcel y levantada por Cecilia Pando: “no fueron treinta mil; faltaron treinta mil”. 

Esas atrocidades verbales (reflejo de las atrocidades morales de sus autores y propaladores) invalidan las acusaciones contra Cristina Fernández de “soberbia”, “autoritaria” o “ajena a la realidad”. ¿Hablan de dictadura K los personeros de una derecha que fue brazo ejecutor o, cuanto menos apoyo, del último régimen militar? ¿Qué destino les hubiese aguardado a manifestantes contra Videla, Viola, Galtieri o Bignone, en el mismo tono de los del 8N? ¿Cuánto hubieran durado en el aire transmisiones en directo de esas hipotéticas (e imposibles) marchas? ¿No fue “autoritario” un Martínez de Hoz al implementar un plan económico basado en el aplastamiento de la libertad y de los derechos constitucionales? ¿No fue “soberbio” un Cavallo (ídolo de los sacerdotes del mercado) cuando estatizó (nos transfirió a todos los ciudadanos) la deuda externa de un grupo de timberos económicos? ¿No fue “ajeno a la realidad” un Galtieri cuando contaba el cuento de la victoria en una derrota de Malvinas que estaba cantada antes de empezar la guerra? Muchos de los que en el 8N humearon de furia ¿Qué hacían cuando el país humeaba de matanzas y de bancarrota?



Diagramación & Diseño: Pachakamakin